Cuando estamos a punto de cumplir dos años desde el anuncio de la pandemia y tras haber ido eliminando las restricciones de forma paulatina, ha llegado el momento de echar la vista hacia atrás para hacer balance, apuntar el foco hacia adelante y apostar por el futuro.
Hemos vivido dos años caóticos, repletos de inestabilidad, de esfuerzo, pasos hacia atrás, caídas, remontadas.
Un año en el que más de uno nos hemos jugado nuestro futuro, nuestro patrimonio, el bienestar de nuestra familia, y en el que muchos han perdido sueños e inversiones.
Todos sabemos que el comercio minorista local no pasa por sus mejores momentos. Asomaba a finales de 2019 una ligera remontada, un porcentaje pequeño pero muy esperanzador que desde la crisis de 2008 ansiábamos vivir. Pero no pudo ser. La pandemia se llevó por delante cualquier esperanza de recuperación.
El confinamiento nos dejó una imagen de páramos desiertos en nuestras calles, de entornos abandonados como pueblos fantasmas. ¡Cuánto hemos fantaseado con qué pasaría si se cerraran todas las tiendas!… Y qué duro fue constatarlo.
Pero qué importante fue tener esa tienda cerca de casa donde poder comprar. Nunca antes habías entrado en ella. No la veías al pasar de vuelta del trabajo. ¡Cuánto de invisible ha sido a los ojos de las prisas! Y así, sucesivamente, fuimos redescubriendo nuestro propio entorno. Todo ello a pesar de que, en paralelo, los grandes operadores on-line copaban el mercado. Los comerciantes veíamos desde nuestras casas como no paraban de hacerse entregas de paquetes a las casas de nuestros vecinos y vecinas desde plataformas por todos conocidas. El mercado digital consolidaba su crecimiento ¡Cómo hemos sufrido!
Y llegó el tan esperado reencuentro con nuestros clientes. Entorno al que arropamos y nos arropó en cuanto nos permitieron salir de casa. Establecimientos cercanos donde fuimos soltando lastre emocional en cada visita, y donde dedicación, profesionalidad y servicio se unieron al cariño de reencontrarnos con nuestros clientes habituales y con los nuevos.
Todo esto dio paso a un clima amable entre comercio y cliente, y la ralentización del mundo en pandemia hizo que emergieran con fuerza valores con los que sentir que cada decisión de compra cuenta para construir pueblos y ciudades coherentes: consumo local, kilómetro cero, sostenibilidad, calidad.
Pero pasado un breve período de tiempo, el reencuentro, los valores, los sentimientos intangibles de conexión y confianza, de sonrisas veladas tras la mascarilla, van quedando atrás. Borrados por el ritmo del día a día y los fuegos artificiales que emanan de las multinacionales.
Ahora que como sociedad retomamos un camino en el que se nos presentan muchas incertidumbres, es importante apostar por el sentido común y el sentimiento de comunidad que tan evidente es en localidades pequeñas y parece desvanecerse cuanto mayor es la urbe.
Una apuesta por el comercio local único, cercano y facilitador para nuestros clientes. Ese comercio con el que enriquecemos nuestros barrios, pueblos y ciudades. Creando espacios dinámicos que garantizan los servicios de una población muy variada, con necesidades muy diferentes.
Vivimos aquí, nos relacionamos aquí, pagamos nuestros impuestos aquí, generamos empleo y riqueza aquí y queremos seguir aportando aquí.
Esta pandemia ha dejado importantes consecuencias tanto en el plano humano como en el económico. Llegar hasta aquí ha supuesto un gran esfuerzo y trabajo. Pero no estamos en la casilla de salida. Sólo hemos «pasado de pantalla” para vivir un nuevo escenario. Un escenario jalonado de incertidumbre en el que los comerciantes jugaremos un papel fundamental.
Con la confianza de superar momentos difíciles, como el que vivimos actualmente con la invasión de Ucrania, que hace, aún más si cabe, desconcertante el futuro y puede provocar una nueva ralentización del consumo.
Sólo juntos podremos recuperar estos dos años perdidos.
Afrontemos este nuevo tiempo con responsabilidad y compromiso.
Fdo. Estíbaliz Tello
Presidenta de Euskomer (Confederación Vasca de Comercio)